El Nobel de Química 2018: “Creo que las compañías farmacéuticas son mejores que la burocracia estatal”


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Hoy, gracias a los tratamientos con anticuerpos monoclonales, los pacientes con enfermedades inflamatorias autoinmunes han mejorado su calidad de vida hasta límites insospechados.

Hace dos décadas, sufrir de artritis reumatoide era sinónimo de dolor crónico, contantes ingresos hospitalarios, pastillas diarias y corticoides de por vida. Hoy, gracias a los tratamientos con anticuerpos monoclonales, los pacientes con enfermedades inflamatorias autoinmunes como ésta han mejorado su calidad de vida hasta límites insospechados. Estos fármacos biológicos que se posicionan como alternativa a los químicos tienen nombre y apellidos: los del bioquímico británico Sir Gregory Winter (Leicester, Reino Unido, 1951). Ser pionero en conseguir producir un anticuerpo monoclonal 100% humano le valió para convertirse en uno de los ganadores del Premio Nobel de Química en 2018.

La aplicación de anticuerpos monoclonales en medicina ha permitido crear fármacos que pueden combatir enfermedades inflamatorias autoinmunes y algunos tipos de cáncer metastásicos. Es el caso de la psoriasis, la enfermedad de Crohn o la artritis reumatoide, pero también del cáncer de mama, los linfomas o los melanomas. “Lo que hacen los anticuerpos es bloquear algunas de las proteínas inflamatorias. En concreto, hay una proteína llamada TNF, al inyectar los anticuerpos, estos bloquean su actividad por periodos de dos semanas a un mes”. Así lo asegura Winter en una entrevista con EL MUNDO durante los cursos de verano que la Universidad Complutense de Madrid organiza en San Lorenzo de El Escorial.

Con estos fármacos, muchos pacientes ya no tienen que pasar largas temporadas hospitalizados “ni tomar químicos todos los días”. Además, en algunos tipos de cáncer ya existen evidencias de que pueden prolongar la esperanza de vida. “En el caso del melanoma, gente que antes podía morir en pocos meses, vive más de siete años, o posiblemente se curarán, eso todavía no lo sabemos porque el tratamiento es muy reciente”, relata Winter.

El gran inconveniente de estas terapias farmacológicas no es otro que su elevado precio. En algunos casos, puede superar los 60.000 dólares al año por paciente, “y hay terapias de hasta 400.000”, señala. Esto pone en jaque a muchos hospitales, que se ven obligados a tomar “decisiones difíciles” para determinar qué enfermos son los más adecuados para recibir los tratamientos. “Las grandes farmacéuticas defienden que, si no cobraran ese precio, no desarrollarían este tipo de medicamentos nuevos”, comenta.

EL DEBATE DEL ELEVADO PRECIO DE LOS FÁRMACOS

Triunfan pese a su elevado coste por su efectividad, pero también por la esperanza que despiertan en muchos pacientes con mal pronóstico: “Normalmente, los anticuerpos tratan enfermedades que no puede curar ningún otro tipo de tratamiento“. En su opinión, eso es, precisamente, lo que permite venderlos a un precio desorbitado porque “son tan efectivos que la gente quiere tener una oportunidad, de hecho, muchas veces es su última oportunidad”.

Tal es su éxito, que estos fármacos son los “best seller” de las grandes compañías farmacéuticas. Eso explica que el medicamento más vendido del mundo sea Humira (de nombre genérico Adalimumab). Éste se convirtió en 2002 en el primer fármaco que utilizaba anticuerpos monoclonales para tratar la artritis reumatoide y la psoriasis junto a otras patologías inflamatorias del intestino. Su venta reportó al laboratorio estadounidense AbbVie 15.000 millones de dólares en 2017.

Sobre el debate existente en torno al negocio multimillonario de las compañías farmacéuticas, en opinión de Winter, aunque el poder de la industria farmacéutica no debe ser “incontestable”, hay que tener en cuenta que “si disminuye su influencia, puede que se reduzca la probabilidad de fabricar nuevos tratamientos” que puedan beneficiar a los ciudadanos. “Todo el poder corrompe”, reflexiona el químico, para después preguntarse: “Pero, si la industria farmacéutica no tuviera su poder… ¿quién lo tendría?, ¿Sería preferible que estuviera en manos de la burocracia estatal? No, creo que las compañías farmacéuticas son mejores que la burocracia estatal”. Aunque reconoce que las grandes corporaciones del sector “no siempre ejercen bien su poder”, hace hincapié en que tampoco lo hacen los gobiernos “ni ninguna otra industria”.

Como británico, Winter se muestra preocupado por las consecuencias que el Brexit podría tener sobre la ciencia en Reino Unido: menos fondos europeos y dificultades para contratar a investigadores internacionales. Los primeros efectos de las tensiones ocasionadas por su posible salida de la Unión Europea ya se han hecho notar en el sector. Si a principios de este año la Agencia Europea del Medicamento (EMA) cambiaba su sede desde Londres a Ámsterdam, ya hay estudios que alertan de que el Brexit podría restringir el acceso de los británicos a determinadas medicinas.

“Aunque es difícil prever las consecuencias que el Brexit puede tener”, Winter señala que podría ocasionar una fuga de cerebros de “fantásticos investigadores procedentes del resto del continente” en caso de que el Gobierno pidiese un visado de trabajo. “También obtenemos muchos fondos para investigación de la Unión Europea. Ese dinero que proviene de Europa es más de lo que conseguimos de nuestro gobierno. Si el gobierno decidiera invertir más para financiar la ciencia, no habría problema, pero apuesto a que no lo haría”, concluye.

Nota de prensa artículo de El Mundo

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